domingo, 12 de febrero de 2012

De la mentira a la amistad más trascendente...


Es alucinante la facilidad con la que un click te lleva a otro y este a otro y otro en una cadena que no siempre es sencillo detener. Leía sobre la mentira y me paseaba por definiciones y teorías de la moral, la ética, la motivación de las acciones; encontrando interesantísimas propuestas y hasta clasificaciones como la de San Agustín quien define 8 tipos de mentiras y así Platón con su asunto de la “mentira noble” y de allí a Aristóteles y su obra “Moral a Nicómaco”. Fue donde me dije: seguiré con lo de la mentira otro día pues mi infinita ignorancia hasta hoy incluía las ideas de Aristóteles en torno a La Amistad: qué grande!!! 

La Moral a Nicómaco, un tratado escrito solamente hace 2.400 años por Aristóteles (384-322 a.C.) a su hijo (dijo alguien alguna vez), consta de 10 libros que versan acerca de la relación entre el carácter, la inteligencia y la felicidad. En principio uno podría pensar que dando a su hijo tal nombre, el filósofo lo despreciaba, pero escribirle semejante obra es una compensación más que suficiente a ese daño bautismal. La verdad es que no hay forma de sustentar que Nicómano fuera su hijo, ni que el título de la obra se lo diera Aristóteles, pero no es ese el tema aquí. 

Decía Aristóteles en el libro 1 que todas la acciones tienen como finalidad un bien que se desea conseguir, que no es otro que la felicidad. No entremos en la discusión de si se incluyen o no las acciones producto de la inercia social o actos no conscientes, etc. Dice entonces en el libro 8 en su Teoría de la Amistad, que para ser tal debe ser un fenómeno recíproco y que independientemente de los “fines” que persiga, esos fines son comunes y conocidos por las partes. En el capítulo 3 hablando de las “especies de amistad” decreta que las hay de tres tipos, de acuerdo a su motivación:
  • Por el interés en el beneficio que cada uno saca del otro
  • Por el placer que cada uno obtiene del otro
  • Por el beneficio y felicidad que cada uno desea y procura para el otro.  
De las dos primeras compartimos que son tan efímeras como el tiempo que dure la circunstancia o la oportunidad de obtener el provecho.  Es la tercera la que él, yo y mis amigos del alma aceptamos como la perfecta, más virtuosa y eterna. Más que nada, lo que me une a los que amo es entonces esa vistuosa amistad.  Yo ya escribí bastante así que aquí les dejo lo que poco menos que el gran Aristóteles escribió, sí Arístóteles, no ninguno de estos vendedores de libritos cursis de autoayuda, cuyas frases llenan calendarios, agendas y tarjetas postales. No, esto es de un filósofo de los más grandes de todos los tiempos y uno de los pilares del pensamiento occidental:
La amistad perfecta es la de los hombres virtuosos y que se parecen por su virtud; porque se desean mutuamente el bien en tanto que son buenos, y yo añado, que son buenos por sí mismos. Los que quieren el bien para sus amigos por motivos tan nobles son los amigos por excelencia. De suyo, por su propia naturaleza, y no accidentalmente es como se encuentran en tan dichosa disposición.
De aquí resulta, que la amistad de estos corazones generosos subsiste todo el tiempo que son ellos buenos y virtuosos; porque la virtud es una cosa sólida y durable. Cada uno de los dos amigos es bueno absolutamente en sí, y es bueno igualmente para su amigo. Son mutuamente agradables y se causan siempre placer. Una amistad de esta clase es durable, como puede fácilmente concebirse, puesto que reúne todas las condiciones que deben encontrarse en los verdaderos amigos. Y así toda amistad se forma con la mira de alguna ventaja o con la mira del placer, sea absolutamente, sea por lo menos con relación al que ama; y además sólo se forma a condición de una cierta semejanza.
En esta amistad hay semejanza al mismo tiempo que hay todo lo demás, es decir, que de una y otra parte son absolutamente buenos y absolutamente agradables. Nada hay en el mundo más digno de ser amado que esto, y en las personas de este mérito es donde se encuentra generalmente la amistad, y la más perfecta. Es muy claro, por otra parte, que amistades tan nobles han de ser raras, porque hay pocos hombres de este carácter. Para formarse estos lazos se necesita además tiempo y hábito.